Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 28 de abril de 2018

Stay woke, bitches!

BuzzFeed publicó la semana pasada un video perturbador. 72 segundos. Barack Obama a cuadro: “Estamos entrando en una época en la que nuestros enemigos pueden hacer parecer que cualquier persona ha dicho cualquier cosa en cualquier momento, sin que lo haya dicho. Por ejemplo, pueden hacer que yo diga cosas como…, no sé, ‘Killmonger tenía razón’… o… ‘Ben Carson está en el lugar hundido’… o, qué tal esto: ‘El presidente Trump es una mierda absoluta”. Aunque de las tres afirmaciones seguramente la primera sea la más escandalosa —Killmonger es un supervillano, el antagonista de Pantera Negra—, resulta sorprendente que el expresidente de Estados Unidos externe así como así una opinión de ese calibre —por lo demás predecible— respecto al troglodita mitómano que actualmente despacha en la Casa Blanca. Sigue el video: “Ahora bien, verán, yo nunca diría esas cosas. Al menos no en público. Pero alguien más podría hacerlo, alguien como… Jordan Peele…” Entonces la pantalla se divide en dos: a la izquierda permanece Obama hablando y del lado derecho aparece el susodicho, el comediante, director y guionista Jordan H. Peele… El mensaje continúa y entonces se evidencia que no es el exmandatario el que está hablando, sino una emulación digital, un Obama fake… “Esta es una época peligrosa. Para avanzar, necesitamos ser más cuidadosos respecto a los contenidos de Internet en los que confiamos. Ya va siendo hora de que atendamos nuevas fuentes”. El video —una producción de Jared Sosa y Monkeypaw, escrito por el propio Peele, ganador del Óscar 2018 al mejor guión original, por Get out— termina con una fuerte advertencia: “De cómo sobrevivamos la era de la información dependerá si nos convertimos o no en algún tipo de jodida distopía. Pónganse vivas, perras”.

https://youtu.be/cQ54GDm1eL0

De entrada, la travesura de Peele —hacer de Obama un pelele virtual— me pareció inquietante, quizá porque de inmediato se me ocurrieron varias posibles trastadas de unos contra otros aquí en México: podrían salir algunos que también echen mano de After Effects y Fakeapp, software públicamente accesible, para realizar un video en el que, pongamos, un émulo informático de López Obrador confiese que, en realidad, no son los rusos quienes lo apoyan por abajo del agua, sino el mismísimo Donald Trump, quien le paga para que Morena balcanice el país…: “Cuando yo gane, me voy a quedar con Tabajco y los gringos se quedarán con el norte, ¡ja, ja, ja!” Imagínenlo… ¿Qué impacto tendría? Más allá de que lo odien más feo los que ya lo detestan, aventuro que no haría mella alguna entre los partidarios del Peje. Lo mismo pasaría si Anaya apareciera en un videíto de Facebook revelando que, efectivamente, el negocio de la bodega en Querétaro fue un asunto de lavado… Mientras que las personas que ya lo aborrecen lo abominarían todavía con más ganas, creo que la gran mayoría de la gente que conforma el voto duro del panista/frentista ni así cambiaría de opinión. ¿Y qué tal que alguien produjera un video en el cual un Meade fake saliera a pedir asilo?: “La amnistía que ha ofrecido Andrés Manuel y su dicho en el sentido de que no meterá a la cárcel al presidente Peña me han hecho reflexionar… Dadas las tendencias y ya que yo ni siquiera soy priísta, hoy anuncio dos cosas: mi declinación a la candidatura y mi apoyo a Morena. Sonrían: vamos a ganar”. Igual, no pasaría de que los priístas de cepa pidieran línea a sus jefes: ¿Y ‘ora, licenciado, pa´dónde jalamos?



¿Por qué? Afortunadamente, algunos teóricos que pueden darnos luz… C. Thi Nguyen, profesor de Filosofía en la Universidad del Valle de Utah, explica en un ensayo publicado hace unos días en Aeon: “No es sólo que diferentes personas estén llegando a conclusiones totalmente distintas a partir de la misma evidencia” (ejemplazo local: la entrevista colectiva a AMLO en MilenioTV: para los propejes que la vieron el tabasqueño le puso una sacrosanta bailada a un hatajo de periodistas chayoteros, en tanto que para los pejefóbicos el mismo evento fue una prueba fehaciente de la ignorancia y testarudez del candidato). “Pareciera que las diferentes comunidades intelectuales ya no comparten las mismas creencias fundacionales. Tal vez a nadie le importe más la verdad… Tal vez la lealtad política ha reemplazado las habilidades básicas de pensamiento”. En buena medida, esta catastrófica situación puede explicarse por el desgarramiento del tejido social, aparejado del surgimiento de estructuras comunitarias en las que se excluyen sistemáticamente determinadas fuentes de información, y al interior de las que, en contra parte, se exagera en la confianza que se tiene en los juicios de sus propios miembros. El fenómeno presenta al menos dos caras: echo chambers (cámaras de eco) y epistemic bubble (burbujas epistémicas). En el primer caso, se trata de la situación comunicacional en la que la gente ya no escucha a los del otro bando; en el segundo, la gente no confía en nada de lo que dicen los contrarios.

De por sí ya es cosa de la condición humana eso de solamente ver lo que queremos ver —y viceversa: no ver lo que no queremos ver—, así que ahora con la segmentación ya no de audiencias sino de cosmovisiones, resulta que no es necesario timar a nadie con espantapájaros y peleles virtuales…, ¿para qué? Todo indica que la mayor parte de la gente hoy por hoy tiene el ánimo ocupado más por el enojo. Además, resulta muy difícil, desde lo grotesco, dar risa y espantar al mismo tiempo… Stay woke, bitches.

sábado, 21 de abril de 2018

Era agónica

… cada vez es más claro que el verdadero espejismo es
creer que las cosas podrán continuar tal como están.
Rana Dasgupta


Ventarrones de cambio atruenan por todo el planeta…, y no, no es el optimismo lo que campea… Se percibe inestabilidad por doquier, los chascos acechan, en cada rincón hay un monstruo listo para saltarnos encima… ¿Qué diantres está sucediendo?

La semana pasada The Guardian publicó un ensayo de abrumadora lucidez: The demise of the nation state (La desaparición del Estado Nación*). Su autor, el narrador y ensayista Rana Dasgupta, nació en Canterbury, Inglaterra (1971), estudió en Oxford y en Francia, y vive desde 2001 en Delhi. Echando mano del modelo de Los Cuentos de Canterbury de Chaucer (1400), escribió Tokyo Cancelled (HarperCollins, 2005): trece pasajeros atrapados en un aeropuerto narran sendos relatos, prismas del orbe globalizado. Cinco años después ganó el prestigiadísimo Commonwealth Writers’ Prize for Best Book por su primera novela, Solo (HarperCollins, 2009). Además, publicó el ensayo Capital: A Portrait of Twenty-First-Century Delhi (Canongate, 2014), un inteligente retablo de las fuerzas socioeconómicas internacionales que se entrecruzan la ciudad india.

En su ensayo para The Guardian, Rana Dasgupta sostiene que, con la obsolescencia irremediable del agente político que ha dominado la historia del mundo durante casi cinco siglos, el Estado Nación, estamos transitando la agonía de una gran era —cuyo inicio, según el autor, se remonta a 1648, con la Paz de Westfalia—. Con Trump, en Estados Unidos diariamente son superadas “las fantasías de los novelistas y comediantes más absurdos”; Europa vive, uno tras otro, momentos de colapso del status quo, por no mencionar las situaciones de national nervous breakdown que han significado eventos como el Brexit y el movimiento autonomista de Cataluña. “Postración, desesperanza, el descenso de la efectividad de las viejas formas: estos son los temas de la política en todo el mundo. Por ello, las ‘soluciones’ enérgicas, autoritarias son actualmente tan populares: la distracción bélica (Rusia, Turquía); la ‘purificación’ étnico-religiosa (India, Hungría, Myanmar); el embarnecimiento de los poderes presidenciales y el correspondiente deterioro de los derechos civiles y el Estado de derecho (China, Ruanda, Venezuela, Tailandia, Filipinas…)”. Todo esto ocurre, por supuesto, al interior de los países, y se observa como asuntos locales, entramados por separado en cada historia nacional. Es por ello que descuidamos sus paralelismos. “Cuando hablamos de ‘política’, nos referimos a lo que sucede dentro de los Estados soberanos; todo lo demás es ‘asuntos exteriores’ o ‘relaciones internacionales’, incluso en esta era de integración financiera y tecnológica global. Podemos comprar los mismos productos en todos los países del mundo, todos podemos usar Google y Facebook, pero la vida política, curiosamente, está hecha de material aislado y se mantiene la antigua fe en las fronteras”. ¿Y la dichosa globalización? Todos los países están sometidos a sus fuertes presiones, las mismas que están desarticulando la vida política al interior de todas las fronteras: lo que pasa en los ámbitos nacionales no es un fenómeno aislado porque lo mismo está sucediendo en todos lados. Aquí y allá, puede constatarse el desfallecimiento del Estado Nación: “su incapacidad para resistir las fuerzas compensatorias del siglo XXI y su calamitosa pérdida de influencia… La autoridad política nacional está en declive y, dado que no conocemos otro tipo, esto parece el fin del mundo”. Más todavía: ningún país va a poder ni sustraerse del desconcierto internacional ni superar por sí solo su particular versión de la decadencia.

¿Hay pues un germen patógeno genérico? “En resumen, las estructuras políticas del siglo XX se están ahogando en el océano del siglo XXI de finanzas desreguladas, tecnologías autónomas, militancia religiosa y creciente rivalidad entre las grandes potencias”. Leo y considero que el planteamiento general de Rana Dasgupta empata, desde la perspectiva de la Ciencia Política, con la tesis que defiende, desde la perspectiva de la Economía, Wolfgang Streeck —director emérito del Instituto Max Planck para el estudio de las sociedades— en su libro How Will Capitalism End? (Verso Books, 2016). Mientras que el británico-indio afirma que “el fracaso actual de la autoridad política nacional, después de todo, deriva en gran medida de la pérdida de control sobre los flujos de dinero”, el sociólogo alemán sostiene que el capitalismo no se reduce a gente luchando por obtener ganancias, sino que ha sido también el orden sociopolítico que soporta dicha dinámica económica: “cierta gobernanza, ciertos mecanismos de contención, el corazón social del sistema que se hace responsable de las necesidades de la gente que provee de legitimidad a la organización capitalista de la economía”. Todo eso es lo que está colapsando: el sistema ha ido dinamitando las instituciones que lo autorregulaban, sobre todo, concuerda Streeck, en el contexto del proceso de globalización de los últimos años. Sin ideal de progreso, en tanto oferta y voluntad de desarrollo espiritual y material tanto de los ciudadanos como del país, el poder público se ha ido quedando sin su adjetivo y se sabotea a sí mismo: “el retiro de esta promesa moral en las últimas cuatro décadas ha sido un evento metafísico demoledor…, y ha dejado a la gente hurgando en busca de nuevas cosas en qué creer”. De ese tamaño. Y por eso, Rana Dasgupta reitera que el acabóse no sólo es un asunto de dólares y algoritmos: la debacle del Estado Nación “no es un evento meramente ‘económico’ o ‘tecnológico’. Es un trastorno de la época, que deja a la población destrozada y sin recursos”.

Sorprendentemente, el ensayo cierra dejando ver una luz de esperanza, y no una pequeña ventanita… ¿Cuál? Léan el ensayo, de verdad es un texto extraordinario: The demise of the nation state.


* La traducción del inglés al español es mi responsabilidad.

sábado, 14 de abril de 2018

Frágil realidad


Lo que llamamos realidad es el resultado de la comunicación.
Paul Watzlawick


Boiling frog

Vibra el cel. Es Inés.
— ¿Qué crees? –anda en la calle. Me llama desde una gasolinera. Cosa rara, rarísima, hoy tuvo que usar el auto. Hace ya casi dos meses que no le ponemos combustible— Pedí que le cargaran treinta litros, ¡¿y sabes cuánto fue?! –está furiosa, colérica:– ¡Casi seiscientos pesos, carajo!
 — Pues sí, claro; prácticamente veinte pesos el litro… 
 — ¡Pero no puede ser! ¿Cómo le hace la gente que tiene que usar diario el maldito coche? ¿Cómo se atreven a seguir defendiendo su pinche Reforma?
— … –no sé, no contesto.
— ¡¿Por qué no estamos furiosos todos?!
— …

Coja usted una ranita y échela a un perol con agua caliente: el batracio va a saltar ipso facto. Pero ponga al mismo animalejo en el mismo perol con agua a temperatura ambiente, luego encienda el fuego, bajito, muy bajito…: el anfibio permanecerá ahí mientras el agua llega poco a poco a punto de ebullición: así podrá usted cocinarla viva.


Creeping normality

Hace poco, en un texto para Animal político, Carolina Torreblanca y Pepe Merino se planteaban: “Si alguien le pregunta ‘¿cuántos feminicidios hay en México?’, la única respuesta honesta que usted puede dar es ‘no sé’. Nadie puede saberlo, ni usted, ni el gobernador de su estado, ni el secretario de Gobernación, ni el Procurador General, ni nosotras. Nadie. No existe información suficiente para distinguir con certeza entre el homicidio de una mujer y un feminicidio”. Párrafos más adelante, aventuraban: “Usando nuestra propia estimación, calculamos que al menos 8 mil 913 mujeres en México han sido asesinadas simplemente por ser mujeres entre 2004 y 2016; un promedio de 686 mujeres al año, 57 al mes, casi dos al día”. Según la ONU, durante los últimos diez años han sido asesinadas cerca de 24 mil mujeres; de acuerdo con este organismo, ocurren siete feminicidios al día en nuestro país. No importa que los números sean imprecisos, la barbarie a la que hemos llegado es contundente. Antier, un grupo de estudiantes, menos de un centenar, se reunieron en el jardín de la facultad de Arquitectura de la UNAM, para protestar por el homicidio de Sol Cifuentes y de su madre, Graciela María de la Luz Cifuentes, alumna y docente de dicha institución. Fueron asesinadas el 15 de marzo pasado en su propia casa, en la colonia Santa Rosa Xohiac, en la Ciudad de México: golpeadas, acuchilladas, estranguladas y calcinadas. Sol además fue violada. No hay un solo detenido. Además de sus compañeras en CU, nadie más está protestando. La atrocidad se instalado en la normalidad.

El polifacético científico bostoniano Jared Diamond (1937) ha explicado cómo en apenas unos cuantos siglos, la gente de la Isla de Pascua —“el pedazo de tierra habitable más aislado del mundo”— aniquiló el bosque de palmeras, provocando así la extinción de plantas y animales, lo cual ocasionó que “su compleja sociedad colapsara, hasta llegar al caos y el canibalismo”. Diamond ha empleado el concepto creeping normality para describir una dinámica a lo largo de la cual algunos cambios dramáticos y profundos pueden inscribirse dentro de la normalidad cotidiana para la gente que los está viviendo, si ellos se suscitan de manera paulatina (“Easter's End”; en Discover; agosto, 1995).


Fake news

Alguien echó a volar un mensaje en eso que llamamos “redes sociales”. Una imagen voló por Twitter, youtube e Instagram, pero sobre todo a través de WhatsApp y Facebook. Arriba de una foto en la que se aprecia al Peje y a su esposa —atrás, entre ambos, también aparece Manuel Bartlett—, puede leerse en tres líneas: “Lo que no sabías de la esposa de AMLO / Beatriz Gutiérrez Müller”, y al calce de la fotografía: “Nieta del general Heinrich Müller de la División de la SS y Criminal de Guerra Nazi, conocido como ‘Gestapo Müller”. Bueno, hay de dos: que el supuesto lazo sanguíneo sea cierto o no… ¿Y si lo fuera? ¿En qué convertiría a la señora ser nieta de un genocida? Y en dado caso, ¿cómo quedaría el candidato tabasqueño? En el blog de “Rosario Castellanos de Parker” —quien se presenta a sí misma como “Latino Writer, Journalism, Blogger, Human & Civil Rights Activist, Bilingual Communication”— la cuestión no se argumenta pero sí que se establece: debajo de una fotografía en la cual se ve caminar al temido Führer entre dos enormes filas de soldados nazis que portan estandartes con la suástica, y abajo, en letras negras: “Queremos llegar a estos extremos en México !!”, y a renglón seguido, ya en rojo: “Hitler… AMLO”.

 El viernes, Animal político dedicó una página a tirar el embuste: “Verificado.mx: Beatriz Gutiérrez Müller, esposa de López Obrador, no es nieta de un genocida nazi”. Después de señalar que la imagen/bulo arriba descrita aparece en la página de Facebook Amor por México —en la que por cierto yo jamás la encontré—, se informa: “… el abuelo materno es Adolfo Marcelo Müller Oliphant, no Heinrich Müller”. La nota es mucho más extensa; detalla la historia familiar de Beatriz Gutiérrez, y explica quién fue el nazi aludido, los rumores de que no había muerto en Berlin en 1945 sino que había escapado a Latinoamérica, los informes de la CIA al respecto, en fin… La cuestión es que el tamaño y calidad del trabajo es tal que no corresponde a la de la sandez que desmiente. Horas más tarde, por supuesto, varios periódicos y otros sitios noticiosos publicaban resúmenes de la refutación.

En su libro Fake news, Esteban Illades explica: “una controversia inexistente, pero difundida por todos los medios posibles, es suficiente para que cierta parte de la población dude de la verdad”.

domingo, 8 de abril de 2018

Fake news


A manera de epígrafe:

recuérdese aquella escena de Duck Soup (1933) en la que

Chico (Chicolini) vestido como Groucho Marx (Rufus T. Firefly)

sale debajo de la cama, y Margaret Dumont (Mrs. Teasdale)

al darse la vuelta y verlo le dice sorprendida:

— ¡Su Excelencia!, creí que se había usted ido.

— No, no me he ido.

— Pero lo vi salir con mis propios ojos.

— ¿Y a quién va usted a creerle, a mí o a sus propios ojos?





Cosa rara, hoy voy a recomendarles un libro útil*: Fake news, una nueva realidad, de Esteban Illades (Grijalbo, 2018), un ensayo en el que desde su título se expresa la tesis desarrollada a lo largo de poco más de 150 páginas: “La idea… es mostrar cómo la desinformación, que ha acelerado su paso con los años, ha aumentado desde 2015, cuando Donald Trump anunció su intención de buscar la candidatura del Partido Republicano… Fake news… Una expresión que nos dice que la realidad, en el siglo XXI, se está volviendo falsa.”


¿Un libro útil para quién? De entrada, para todos los maestros y estudiantes del montón de licenciaturas y posgrados de Comunicación que plagan las universidades del país, para quienes que se dedican al periodismo y a la mercadotecnia, para los estudiosos de la Sociología y la Psicología, pero también para politólogos e internacionalistas… En suma, un texto que va a resultar provechoso para cualquier profesional de las disciplinas sociales… Pero no quiero dejar una impresión errónea: si bien se trata de un texto estructurado de manera lógica, pertinentemente documentado, bien escrito y que ofrece explicaciones racionales, no es un trabajo académico; de hecho, estoy seguro que puede procurar valiosas herramientas de entendimiento a ese enorme colectivo que llamábamos el público en general. ¿Tanto?
Bueno, mire, importando poco si usted es abarrotero, bioquímica, ama de casa o músico, poeta o nini, esforzado taquero o candidato plurinominal a las miles del fuero, si usted es de esas personas a las que nomás no le cabe en la cabeza cómo pudo ser que los gringos hayan elegido como su presidente a un megalómano y mega-anómalo, narcisista, bocazas, gárrulo, patán, soez e incivil, zafio, golfo, vulgar, altanero, grotesco y ridículo, chabacano, desvergonzado, macarra, bravucón y pendenciero, depravado, sexista, machista, homófobo, racista, clasista, chovinista, retrógrado y prejuiciado, alevoso, fullero, autoritario, vil, pero sobre todo mitómano desbocado como Donald Trump, entonces el libro de Illades le va a servir. También le vendría bien la lectura de Fake news —el libro, quiero decir— si usted —youtubera con ansias de influencer, adicto al Face o simple ciudadano pasmado ante la creciente desfachatez con que ahora los políticos mienten—  no comprende cómo fue posible que los ingleses decidieran democráticamente echar reversa histórica y salirse de la Unión Europea. Recomiendo el libro no solamente a quienes perciban que el mundo está cambiando demasiado rápido y por lo mismo no lo alcanzan a entenderlo, también —y quizá más— a los inconscientes que se mueven muy impasibles creyendo que las cosas han sido siempre así, o máso, y que no hay nada de qué sorprenderse. Queda claro, ¿no? El texto de Esteban Illades es una guía efectiva para hallarle algunos hilos a la madeja en la que hoy vivimos, así que no insistiré en que se trata de una lectura obligada —más aún después del escándalo de Cambridge Analytica y Facebook, y sobre todo aquí en México, a partir del Jueves Santo, día en el que Channel 4 News dio a conocer que la compañía inglesa anduvo en tratos con el PRI—.


Además de una introducción y un epílogo, Fake news, una nueva realidad se compone de tres apartados. En el primero de ellos, “Un nuevo mundo”, el autor trama una narrativa que ordena la serie de eventos que a lo largo de los últimos tres años ha trastocado totalmente el fenómeno antes conocido como “realidad mediatizada”: el bombazo de Wikileaks al Partido Demócrata; el gobierno ruso, sus hackers y la FSB —sucesora de la KGB—; el ascenso mediático de Alex Jones, sus teorías de conspiración, Infowars y el Ttuther Movement; la historia de Breitbart y Bannon; el uso que ha dado el presidente Trump de su cuenta Twitter para distraer y confundir, Kellyanne Conway y los alternative facts En la segunda parte, Fake news en acción”, Esteban Illades muestra los usos de la mentira sistemática por parte del mandatario norteamericano, su relación con la televisión y el rol de Fox News, la nueva oferta cultural conocida como infotainment, y algunos ejemplos de las consecuencias de la propagación de mentiras a través de la mediósfera… —“una controversia inexistente, pero difundida por todos los medios posibles, es suficiente para que cierta parte de la población dude sobre la verdad”—. La última parte del libro, “En México se llaman noticias”, atiende la situación del negocio del periodismo noticioso en nuestro país. Arranca revisando el pasado reciente, desde el monopolio de la verdad en manos de los noticieros de Televisa, “obsecuentes con el poder”, los pocos casos que lograron algo fuera del redil gubernamental, la situación de la prensa escrita, y la polarización de la situación que hoy vivimos, en la cual la gente termina buscando las noticias que confirmen sus propias creencias —“sesgo de confirmación”— y apertrechada con los suyos en el autoengaño. Si bien el panorama que muestra el libro no es alentador, traza rutas para transitar por este nuevo mundo en donde la realidad se reduce cada día más a eso que cada quien ve diferente.

           



* … no suelo hacerlo porque usualmente comento obras literarias en este espacio, y una novela, por ejemplo, por muy buena que sea, resulta absolutamente inútil, toda vez que no es un medio para alcanzar algo más —ni siquiera una mejor comprensión del mundo—, sino un fin en sí mismo.

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