Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 2 de diciembre de 2017

Pesimismo pésimo


— Pronto ya no habrá tiempo para la felicidad.

— Cuándo lo hubo, tú?

— Qué dijiste? En México nos va mal.

— Eso es una tautología. México es para que nos vaya mal.

Carlos Fuentes, Cristóbal Nonato.





Pero al fin canta un pájaro agorero

Alejandro Aura, Cómo salirse de la noche.







Ya es demasiado, quizá muy próximo a lo peor, el ir quedándonos sin ánimos de aventurar augurios. Al parecer, ahora se propaga la certeza, redonda y sin matices, de que las cosas cada vez se pondrán más feas. Nos va a seguir yendo mal y punto. El consabido “nunca pasa nada” no es más que una forma mezquina de expresar “no va a pasar nada que cambie nuestro rumbo funesto”. Los detalles salen sobrando, así que la gente le ha ido perdiendo el gusto al ejercicio de la predicción. Desde la desesperanza, lo mejor que uno puede esperar del futuro es que tarde en llegar. ¿Qué interés puede tener el porvenir si no es nada más allá que más y más de lo mismo? Si se ratificará o no el TLC es una disyuntiva que en realidad a nadie mantiene con mucho apuro en este país, porque, quede como quede la dichosa transacción, con los gringos siempre hemos salido perdiendo y vamos a seguir perdiendo. De la perspectiva de la economía, las enormes complejidades macroeconómicas pueden reducirse en que las tarifas del gas y la luz y el precio de las gasolinas van a seguir incinerando nuestros bolsillos, y cada vez te va a alcanzar para menos el dinero. El gigantesco monstruo al que llamamos corrupción continuará creciendo, tragando porciones desproporcionadas, incluso para él, de impunidad y miseria, y no, no va a reventar de podredumbre. La inseguridad y la violencia continuarán cerrando el cerco, apretándote el cogote, dejando día a día menos espacio en donde sea posible llevar una vida normal… Ya ni siquiera el tapadismo alienta la especulación futurista; si destapan al que todo mundo cree que van a destapar, mal…, y si es otro, también: sea cual sea el que salga del mazo tricolor, el naipe va a resultar nefasto. ¡Oye, pero el PRI está hasta el sótano en todas las encuestas! No importa: como quiera van a apañarse las elecciones… ¡Bueno, ahora incluso cunde la idea fija de que un mega terremoto está ya programado para arrasar buena parte de la Ciudad de México… ¿Totalmente, para siempre? ¡No, cómo crees… México, la ciudad, igual que el país, tiene que perdurar para seguir sufriéndola…


Hace unos días, exteriorizaba yo que ya me urge que de una vez por todas termine este infausto año, terriblemente aciago para todo el país y particularmente calamitoso para la ciudad en la que habito. Claro, de inmediato fui interpelado: ¿Para qué? ¡Estás loco ¿A poco crees que el próximo año nos va a ir mejor? Eso mismo dijimos en 2016 y ya ves cómo nos fue en 2017… Total, constato que últimamente el pesimismo anda pisándole los talones al malinchismo. 


Sin embargo, en el fundamento mismo de la fe en que todo va a seguir poniéndose peor subsiste un reducto de ingenuo optimismo, ingenuo pero perverso: se asume que el camino hacia lo malo es infinito, que todo puede seguir fastidiándose indefinidamente sin que jamás lleguemos a un cambio sustantivo, por caso, el acabose. El truene, el desenlace, la consumación nunca llega. Como no se ha cansado de salir a los medios a declarar muy orondo el médico Narro Robles —así lo dijo en febrero de 2010, siendo aún rector de la UNAM, y luego en enero pasado, ya como secretario de Salud—, “México va a salir adelante”… ¡Por supuesto!, y es que… ¿cómo sería no salir adelante? México salió adelante después de la masacre del 2 de octubre de 1968, salió adelante después de que Estados Unidos nos birló la mitad del territorio nacional…, incluso después de varios años de Revolución armada…, así que según la lógica (¿retórica?) de Narro, México saldrá adelante a pesar del tsunami de violencia feminicida, de Ayotzinapa y del desfallecimiento de la gobernabilidad de frontera a frontera y de océano a océano, de la devaluación de más de 50% del peso, de Tlatlaya y de la mancha de la Casa Blanca, de Nochistlán y de la duda externa desbocada, de la crisis de pensiones y de nuestro segundo lugar mundial en obesidad, del espurio asesinato de la gallina de los huevos de oro y del aumento bestial en el precio de todos los combustibles, de los miles y miles de hombres y mujeres desaparecidos, del tren fantasma que sigue sin llegar a Querétaro y de tantos y tantos socavones más en la vida nacional… Ya podrá hacer erupción don Goyo u obligarnos a pagar su muro el megalómano y mega-anómalo de Donald Trump…, que este país aguanta cualquier desgracia y no se raja: aguanta cualquier cosa y sale adelante; aquí no pasa nada y a seguir padeciendo…


Y si con lo escrito hasta aquí no ha quedado suficientemente expresado, digámoslo con todas sus letras: todo pesimismo es fundamentalmente conservador, retardatario… —la postura opuesta, evidentemente, es el optimista que desea que el futuro llegue cuanto antes—. Además, el pesimismo aisla. Ya escribía Cioran: “El horror al futuro sólo se cura en estas islas donde el tiempo se ha detenido, donde sólo existe el presente, si es que siquiera existe”.


En este punto soy pesimista: no creo que nuestro pesimismo nos traiga nada bueno. Por eso, contra toda lógica, más nos valdría al menos animarnos a vislumbrar mejores tiempos.

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