Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 25 de noviembre de 2017

La fatalidad satánica de nuestra situación geográfica

El cuerno de la abundancia es un mito tramado por los antiguos griegos. Recordará usted que “el sabio Zeus, padre de los dioses y de los hombres” (Teogonía, Hesíodo), le debía la subsistencia temprana a una cabra. Sucedió que su madre, Rea, segura de que el padre, Cronos, al menor descuido iba a zamparse al vástago, despachó al pequeño al monte Ida, en donde una ninfa lo cuidó, mientras era amamantado por una cabra. En algún momento, accidentalmente, la cabra nodriza sufrió el quebranto de uno de sus cuernos. En compensación, Zeus colmó al amputado cuerno del milagro de la abundancia inagotable: la cornucopia de fortuna.
Tal es el eje semántico de diversas variantes del mito. Sin embargo, es muy probable que la idea germinal venga de muy atrás…: quizá se trate de un motivo profundamente enraizado en la pisque humana. En su Diccionario de símbolos, Cirlot informa que “dado el simbolismo general de los cuernos, que corresponde a la fuerza, y el sentido materno de la cabra, a lo que se agrega el más complejo significado derivado de la forma del cuerno (exteriormente fálica, interiormente hueca), se comprende su uso alegórico como foco de abundancia”. Cierto: el cuerno penetra y contiene, es pitón y es vaina.

Suele afirmarse que la idea —hoy trasnochada— de que el territorio mexicano es una cornucopia se la debemos a un berlinés que nos visitó a principios del siglo XIX, Alexander von Humboldt (1769-1859). El ilustre naturalista desembarcó en Acapulco el 22 de marzo de 1802 y anduvo por acá hasta agosto de 1804. Durante su estancia, el varón obtuvo conocimientos espléndidos que organizó y publicó dos libros: Atlas géographique et physique du royaume de la Nouvelle Espagne (1811) y Essai politique sur le royaume de la Nouvelle Espagne (1811). Una y otra vez subraya la exuberancia de recursos naturales con que contaba la Nueva España, y aunque en ningún párrafo puede encontrarse una referencia explícita de la similitud entre la forma del polígono que entonces tenía la Nueva España respecto a la de un cuerno, desde entonces se fue construyendo la certeza en el imaginario popular e ilustrado de que el afamado polímata así lo había establecido. Claro, no es que el alemán hubiera tenido la ocurrencia; aquella no era precisamente una idea novedosa, sino uno de los pilares de la invención del Nuevo Mundo (La invención de América, Edmundo O’Gorman), el cual se había mantenido firme a lo largo de por lo menos tres siglos…
Muchos mapas lo testimonian así. Un ejemplo: el Amérique Septentrionale Divisée en ses Principales Parties, de Humbert Lailliot (1692), en el blasón en el cual aparece su título, muestra un par de cornucopias, de las que emergen los torsos de sendos indígenas, un hombre y una mujer, quienes portan armas y flores; además, hay algunas aves extravagantes y un felino antropomorfizado. En las postrimerías del siglo XVIII, el grabado que da portada a la Real Ordenanza para el establecimiento e instrucción de intendentes del Ejército y Provincia en el Reino de la Nueva España (1786) presenta a los lados del escudo un león y una mujer, América: el animal resguarda los hemisferios y ella está recargada en un cuerno de la abundancia.
Luego, en los albores de los países independientes hispanoamericanos, en algunos de sus primeros escudos nacionales (Chile, Panamá, Colombia) aparecen cornucopias. También en México la fe en la prodigalidad de los recursos naturales fue parte importante del espíritu que parió a nuestra Nación. A lo largo del XIX se insistió en el carácter cornucópico del territorio nacional; de hecho, el liberalismo triunfante, el de Benito Juárez y luego el de Porfirio Díaz, encontraría ahí uno de sus más poderosos argumentos para atraer inversión extranjera.

La primera gran inconveniencia que presentó nuestra geografía patria se expresó tanto simbólica como materialmente en la mutilación de la boca de la cornucopia, quiero decir, en la pérdida de la mitad del territorio nacional en manos del expansionismo yanqui. El editor catalán Santiago Ballescá —el mismo a quien debemos la edición de México a través de los siglos, obra monumental dirigida por Vicente Riva Palacio— contrató a Justo Sierra (1848-1912), entonces ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes del gobierno de Díaz, para que escribiera Juárez, su obra y su tiempo. El libro fue publicado por entregas en el contexto de la celebración del Centenario del Natalicio de Juárez, y fue parte de las respuestas del status quo porfirista frente a los dos libros que Francisco Bulnes había escrito contra don Benito (El verdadero Juárez y la verdad sobre la intervención y Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma; 1904 y 1905, respectivamente). Al igual que los conservadores, entre otras muchas culpas, Bulnes vituperaba a Juárez por el tratado MacLane-Ocampo; en su alegato para exculpar al zapoteco, Sierra escribió que, ante la amenaza colonialista europea, “nuestros enemigos naturales eran nuestros amigos necesarios, y México era la Caperucita Roja del cuento de Perrault”. Se refería, claro, a Estados Unidos, en cuya vecindad estribaba “la fatalidad satánica de nuestra situación geográfica”. Pocos años después, ya en el exilio, don Porfirio formularía la misma idea con otras palabras: “¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos!”
 

Carlos Fuentes adecuaría el planteamiento en su cuento “Río Grande, río Bravo” (La frontera de cristal, 1997): “Pobre México, pobre Estados Unidos, tan lejos de Dios, tan cerca el uno del otro”.

El territorio, cualquiera, cornucopia de fatalidades.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Wikipedia confabula contra Arreola

… venero a los que mediante la palabra
han manifestado el espíritu,
desde Isaías a Franz Kafka.
Juan José Arreola


Agazapada en una aparente cotidianeidad doméstica, Elinor llevaba varios meses deseando enviudar y escribiendo un mismo cuento: el de un hombre que, al tiempo que estudiaba Abogacía, se iba convirtiendo paulatinamente en un rinoceronte, sin percatarse de que durante el lance literario algo le estaba ocurriendo a ella misma, hasta que una mañana, tras un sueño intranquilo, la susodicha señora Elinor, esposa del juez Joshua McBride, se despertó convertida en Juan José Arreola.


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En mercadolibre.com se ofrece un ejemplar de la edición príncipe de Confabulario; cuesta 2,500 pesos. Se trata de uno de los dos mil libritos que tuvo aquel tiraje, salido de la imprenta el 30 de agosto de 1952. El libro apareció como el segundo título de la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica, editorial fundada en 1934 por Daniel Cosío Villegas, y entonces ya dirigida sapientísimamente por Arnaldo Orfila. Su autor, oriundo de Zapotlán el Grande, Jalisco (Ciudad Guzmán), era un joven —entonces tenía treinta años— excéntrico, Juan José Arreola Zuñiga (1918-2001). Había llegado por vez primera a la Ciudad de México en 1937, con una exigua fortuna —“para poder hacer el viaje vendí mi único patrimonio: la máquina de escribir Oliver que me regaló mi padre cuando cumplí catorce años y la escopeta de retrocarga calibre 24 que le compré a Daniel Zúñiga. Después de pagar el boleto me sobraron trece pesos, que es todo lo que tengo para llegar a México”—, pero dueño de una férrea voluntad —discurriendo de puerta en puerta, pronto se convirtió en vendedor estrella de sandalias— y de una cultura tan dilatada para su propia biografía que, seguramente, en ocasiones le resultó estorbosa. 



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Entre quienes leen sin tomarse la molestia de acudir jamás a un diccionario, cunde la creencia de que un prosista mexicano del siglo pasado, erudito y afecto a los bestiarios, fue quien acuñó la palabra migala. El error se extiende, toda vez que la Referencia de Referencias de hoy día, Wikipedia, dispone en español una entrada para La migala —nótese el artículo singular femenino, por favor—, y ninguno para el vocablo migala… ¿Quiere ello decir que la enciclopedia en línea por antonomasia —la palabra Wikipedia prácticamente ha convertido enciclopedia en un anacronismo— se ha olvidado del bicho o que sencillamente no existe? Ni lo un ni lo otro. En el texto alusivo a La migala —“… un relato breve del escritor mexicano Juan José Arreola… Este cuento forma parte de la obra titulada Confabulario, publicada en 1952…”—, el lector responsable encontrará el hipertexto con el vínculo para enterarse de que la dichosa migala es una tarántula de patas rosadas (Avicularia avicularia). La falsa idea de que el jalisciense se sacó a la migala de la tatema también se extiende entre los lectores que, antes o después, además de Arreola, han leído a Kafka, y establecen excesivos paralelismos entre el Odradek y la migala.


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El primero de la colección Letras Mexicanas del FCE —en la que a la fecha se han publicado ya más de medio millar de títulos— fue Obra poética de Alfonso Reyes (1889-1959); Confabulario fue el segundo. Seguirían el poemario El nuevo Narciso, de Enrique González Martínez (1871-1952), y la antología de cuentos El diosero, de Francisco Rojas González (1903-1951). 


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En 1919, el editor alemán Kurt Wolff publicó Ein Landarzt (El médico rural), de Franz Kafka (1883-1924). En “Preocupaciones de un padre de familia”, uno de los catorce relatos que componen el libro, el praguense revela los primerísimos informes de que disponemos acerca del Odradek. Casi nada aporta acerca del origen y significado etimológico del vocablo, pero la descripción física del Odradek, aunque pequeña —menos de cien palabras en su traducción al español—, ha dado para que una legión de sociólogos, filólogos, filósofos y hasta esotéricos variopintos hayan escrito miles de páginas intentando descifrar la criatura. Sabemos que es un ser animado —“es muy movedizo y no se deja atrapar”—, parlante y —lo que a mí me parece francamente espeluznante— que posee la facultad de reír. ¿Es pernicioso? La última oración del cuento de Kafka responde: “No parece que haga mal a nadie; pero casi me resulta dolorosa la idea de que me pueda sobrevivir”.


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En 1952, Arreola ya era un autor publicado: también bajo el sello del Fondo, pero en su colección Tezontle, había debutado con Varia invención (1949). En su edición príncipe, Confabulario incluía veinte cuentos. Los tres primeros: “En verdad os digo”, “El rinoceronte” (“Durante diez años luché con un rinoceronte; soy la esposa divorciada del juez McBride.”) y uno que al paso de los años se ido afianzando reputación canónica, “El guardagujas”. En el volumen Narrativa completa editado por Penguin Random House (2016), Confabulario se integra por veintinueve narraciones; la selección de textos y su orden corresponden a la edición definitiva del libro que, varios años atrás, hizo el propio Arreola y Joaquín Diez-Canedo para el volumen de sus Obras publicado por Joaquín Mortiz; en ella, entre “El rinoceronte” y “El guardagujas”, aparece “La migala”. 


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Salta a la vista que el cuento de Arreola es dantesco. Su narrador, quien no deja de pensar en Beatriz, transita por noches infernales “en espera de la picadura mortal” de la migala. Por eso, resulta chabacano que Wikipedia nos venga a informar que una migala, en realidad “es de carácter tímido y huidizo, por lo que no suele mostrarse agresiva, aunque si se siente amenazada puede llegar a lanzar sus propios excrementos para defenderse. Es usado como animal doméstico”.




miércoles, 15 de noviembre de 2017

Receta casera

Por ahora creo que la primera edición de “Receta casera” ocurrió en 1971, cuando se incluye en la sección “Variaciones sintácticas” de Palindroma (Joaquín Mortiz). Es decir, hablamos de hace 46 años, los mismos que tiene la novela Mundo macho del novelista catalán Terenci Moix. Probablemente tengo razón. Quiero pensar, en todo caso, que Juan José Arreola publicó el texto —una varia invención— antes de 1975, Año Internacional de la Mujer, cuando se la ONU organizó aquí en México la I Conferencia Mundial de la Mujer. De lo que podemos estar ciertos es de que hoy varias instituciones del Estado mexicano —el Inmujeres y el Conapred en primera fila, supongo— pegarían el grito en el cielo patrio si alguien se atreviera a publicar un texto como el aludido. “Eran otros tiempos”, como en estos días anda tan socorrido argumentar. Como sea, la incorrección política —incluso moral, dirían algunas personas— es tan indiscutible como su excelencia literaria.

Si no lo has leído, échatelo: “Receta casera”, de Juan José Arreola.

sábado, 11 de noviembre de 2017

Dirección conocida

La gente siempre, en todas las épocas,
ha estado aterrorizada por el presente.
Marshall McLuhan, intervención en Our World (1967).


La globalidad en tiempo real fue inaugurada hace medio siglo, en blanco y negro: el 25 de junio de 1967 se difundió Our World, el primer programa de televisión transmitido en vivo vía satélite a los cinco continentes. Participaron catorce países: ocho europeos, tres americanos —incluido México—, Australia, Japón y, de África, Túnez. Desgraciadamente, uno de los dos polos ideológicos de aquel mundo quedó fuera: la URSS y cuatro países más del bloque del Este decidieron no involucrarse en el evento, en protesta por la Guerra de los Seis Días, librada a principios de aquel mes entre Israel y la coalición árabe formada por Egipto, Jordania, Irak y Siria. Con todo, la emisión se llevó a cabo; el primer segmento, una entrevista al teórico Marshall McLuhan, se transmitió desde Toronto, y uno poco más de dos horas después, para el cierre, desde Londres, los Beatles estrenaron All you need is love.
Aunque la canción se acredita como obra del dúo Lennon&MacCarney, se sabe que fue John quien escribió la letra… Uno de sus versos dice: There's nowhere you can be that isn't where you're meant to be…, lo que podríamos traducir como sigue: No hay ningún lugar donde puedas estar que no esté en donde estás destinado a estar.

Dirección es destino. Si nos desentendemos de los pormenores, en la inmensa mayoría de las biografías es posible trazar una línea recta que va del nacimiento al deceso de las personas. La fatalidad se encuentra no en la meta sino en el camino: la ruta destina. Incluso, en la medida en la que se pueda caracterizar el punto de origen, es factible prever el rumbo que tomará una vida. Por eso casi todos resultamos lamentablemente predecibles. Por eso las grandes novelas suelen pender de los pequeños detalles. Por eso una historia resulta interesante cuando la ruta prevista a partir de las circunstancias presenta virajes. Aventura es peripecia, cambio de suerte, giro… El camino más aburrido entre dos puntos es la línea recta.

Prácticamente no sabemos nada de la aplastante mayoría de hombres y mujeres que vivieron antes que nosotros; por ejemplo, hoy por hoy, casi nadie sabe nada de sus tatarabuelos. En contadísimas excepciones, tenemos noticias de la vida de algunas personas por lo que otra gente contó. Sócrates sería un botón de muestra, porque lo que sabemos de él se lo debemos a un puñado de coetáneos suyos, pero sobre todo a uno solo, su pupilo Platón, al grado que no resulta excesivo decir que Sócrates es hoy más un personaje platónico que un personaje histórico. En el extremo opuesto, hay otros, incluso en menor cuantía, de quienes conocemos su historia sólo por sí mismos… Verbigracia, Yosef ben Matityahu, quien nació en Judea cuatro años después de que Jesús de Nazaret fuera crucificado en el Gólgota. Sabemos de esto y más porque él mismo escribió Vita, para algunos, la primera autobiografía de la Antigüedad, en la que consignó que su llegada al mundo sucedió en el seno de una familia de sacerdotes, “en el primer año del reinado de Gayo Calígula” —esto es en el 37 d. C.—. ¿Qué personaje se ajustará más a la realidad? ¿Sócrates de quien sabemos solamente por otros, o Yosef ben Matityahu? “Los testimonios de que disponemos para reconstruir su biografía se hallan casi exclusivamente en su obras, de modo que nuestros conocimientos sobre su vida, por una parte, responden con garantías a la verdad, al proceder de una fuente fidedigna; pero, por otra, a veces adolecen de la parcialidad al ser ofrecidas por el propio protagonista, sin contraste de opiniones y datos objetivos” (Joaquín González Echegaray, Flavio Josefo. Salamanca, 2012). 

Yosef ben Matityahu participó en la Gran Revuelta Judía (66-73 d. C.), como comandante en jefe en Galilea. Cuenta en Vita que intervino a regañadientes y sabiendas de que era una estupidez ofrecer resistencia al imperialismo romano, de tal suerte que más bien intentó pacificar a los alzados judíos. Sin embargo, en su libro de historia La guerra de los judíos dice que fortificó la ciudad, que preparó a su pueblo para pelear y que su intervención fue enjundiosa. ¿A quién debemos creerle, a él o a él mismo? Como haya sido, en el 67 fue capturado por los legionarios y llevado a juicio ante el general Tito Flavio Vespasiano, y ahí su destino torció el rumbo y no dio el paso previsible a la muerte: resulta que Yosef congenió con el romano, a quien predijo que aplastaría el levantamiento judío y que se convertiría en emperador… En efecto, dos años después, en diciembre del 69, Vespasiano sería declarado emperador de Roma. ¿Se cumplió el vaticinio del judío fariseo o su designio proyectó las acciones del militar? A Vespasiano el poder no le cayó del cielo, tuvo que pelear aguerridamente contra los ejércitos fieles al emperador Vitelio. Pero triunfó y se convirtió en Imperator Caesar Augustus. Ese mismo año liberó Yosef ben Matityahu y le cambió de nombre: Titus Flavius Iosephus, quien en adelante haría vida en el ombligo del mundo civilizado, Roma, siempre cerca de los poderosos. Culto y prestigiado, se dedicó a escribir historiografía. Parte de su obra, como la de sus colegas Tácito, Suetonio y Plinio el Viejo, también sufragados por el emperador, se ocupó de probar que Vespasiano estaba predestinado a ser un gran emperador de Roma. Porque esa es una de las funciones de narrar lo sucedido: convencernos de que no hay ningún lugar donde puedas estar que no esté en donde estás destinado a estar. 

sábado, 4 de noviembre de 2017

Cacomixtle

The proper definition of a man is
an animal that writes letters.
Lewis Carroll


Es imperdonable que Juan José Arreola no haya incluido al cacomixtle en su Bestiario. El hombre debió de haberse topado con estos bichos cientos de ocasiones; consideren sus condicionantes de arranque. En cuanto al sitio, el más cosmopolita de nuestros grandes prosistas nació en un pueblote, en efecto superlativo, pero todavía bien afincado en la ruralidad: Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años. Pero nosotros seguimos siendo tan pueblo que todavía le decimos Zapotlán… —escribió él mismo—. Es un valle redondo de maíz, un circo de montañas sin más adorno que su buen temperamento, un cielo azul y una laguna que viene y se va como un delgado sueño. Y en cuanto al tiempo, el último juglar mexicano llegó al mundo rayando el siglo XX: Nací el año de 1918, en el estrago de la gripa española, día de San Mateo Evangelista y Santa Ifigenia Virgen, entre pollos, puercos, chivos, guajolotes, vacas, burros y caballos. Traigo a colación estas palabras suyas para subrayar el hecho de que el maestro Arreola tuvo una conciencia histórica sólida, en la que incluía su contexto fáunico. Sin embargo, a la hora de confeccionar su Bestiario, no atendió a la biota de su propio hábitat.
Tengo en mis manos la edición de marzo de 1958 de la Revista de la Universidad de México; en sus páginas 6 y 7, “Punta de plata”, cuatro viñetas de Héctor Xavier y sendos textos de Juan José Arreola, en conjunto, primera piedra del colosal monumento literario que a la postre sería su librito Bestiario: “Las focas”, “La hiena”, “El hipopótamo” y “El rinoceronte”. El artículo incluía una nota introductoria en la que el payo jalisciense —como se autodenominó durante la famosa entrevista con Emmanuel Carballo (Protagonistas de la literatura mexicana)— desembucha la raíz fenomenológica tanto de sus apuntes como de los dibujos: proceden directamente del natural, y las reflexiones que los informan tienen el mismo lugar de origen: Parque Zoológico de Chapultepec. Así se explican en ellos algunos rasgos de la más pura obscenidad y, el aroma persistente del estiércol salvaje. Luego, ya en la edición canónica de Bestiario, incorporaría noticias sobre 19 animales más: el sapo, el bisonte, aves de rapiña, el avestruz, el carabao, felinos, el búho, el oso, el elefante, topos, camélidos, la boa, la cebra, la jirafa..., en fin, pero del cacomixtle ni media palabra, ¡caray! ¡Una, pena, Juan José!: se te fue vivo el pequeño prociónido, y tú te nos fuiste muerto sin decir nada de este omnívoro de mastodonte potencial poético…

Por principio, el nombre: tal como podríamos proferir refiriéndonos a tlacuache —nahualismo de tlacuatzin, un marsupial marmosa—, cacomixtle es palabra que designa a un ser que ya existía en Mesoamérica antes de la llegada de los españoles. El Diccionario de la lengua española de la RAE establece que el vocablo proviene del náhuatl claco/tlaco 'medio' y miztli 'león'. De ahí habrá que derivar que la bestia es no un león de medio pelo, sino un medio león… Podríamos dejar aquí la acotación etimológica, pero cómo indultar la pifia histórico-zoológica de la RAE: ¿cómo pudo el náhuatl haber consagrado una palabra para león, si en materia de grandes felinos por estos lares no pasábamos de jaguares, ocelotes y pumas…? Peccata minuta…, medio-gatote, que no medio-león, hay que partir de la hipótesis de que el cacomixtle, siendo una fiera mediocre, es bipolar. Resulta difícil creer que se salven de este trastorno los ejemplares que sobreviven en los lugares del país en donde la gente los conoce con otros nombres —goyo, güilo y siete rayas—. Ocurre que su lamentable definición sin fronteras no sólo es nominal: el pobre cacomixtle —aunque no hay uno, sino dos: el norteño (Bassariscus astutus) y el cacomixtle a secas (Bassariscus sumichrasti)— seguramente sufre un fuerte un conflicto de identidad. Encuentro que los gringos, tan zopencos a la hora de pronunciar mexicanismos, al cacomixtle le llaman ring-tailed cat, gato de cola anillada, y lo describen tomando cachos de aquí y allá: a cat-sized carnivore resembling a small fox with a long raccoon-like tail… (Laboratorio de Investigación de Ciencias Naturales del Museo de la Universidad Tecnológica de Texas) Gato, zorro, mapache… Y, claro, no faltan quienes le ven pinta de tejón, aunque el error más frecuente es confundirlos con zarigüeyas, lo cual ya es inexcusable; es como decir que la carne de iguana o de víbora o cualquiera que no sea de res sabe a pollo. Otro misterio del cacomixtle: emite una gran variedad de sonidos, incluso cliqueos, ladridos y chirridos… O sea, ¿el cacomixtle chirriladra? No me parece exagerado decir que el cacomixtle existe como para gastarse fortunas en análisis freudiano y darwiniano… Esto manifestaba yo hace poco, lo cual mi buen amigo Pepe Limón apostilló: Al caminar proyecta una confusión. Debate de sombras ante el dilema evolutivo del yo definitivo. La extinción le negó la heráldica de león… 

Arreola no solamente debió de haber visto en Jalisco varios cacomixtles; en la Ciudad de México, a la que llegó a residir en 1936, había y hay todavía muchos. Son parte de la fauna local, no exótica, sino nativa. El cacomixtle es tan chilango como una torta de chilaquiles, y su exotismo, que lo tiene, no es por prodecencia; se trata más bien de una extravagancia, como la del ocapí —esa jirafa que se achaparró para robarle las ancas a una cebra— o del ornitorrinco —un mamífero venenoso que pone huevos—, por indefinición.